Y en una conferencia titulada 'El mejor oficio del mundo', que publicó EL PAÍS el 20 de octubre de 1996, García Márquez alertaba sobre el daño que puede causar el periodismo: “Nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio”. Y refería las “manipulaciones malignas”, los “equívocos inocentes o deliberados”, “los agravios impunes”, las “tergiversaciones venenosas”; entre ellas “el empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas”.
Tal vez por esa razón dejó
de conceder entrevistas. Podemos imaginar cuánto habrá sufrido con ello. Pero
¿por qué un periodista decide no recibir a ningún entrevistador más? Lo explicó
él mismo en dos artículos, recogidos en el libro Notas de prensa. Obra
periodística 5 (1961-1984), publicado por Mondadori. Uno de ellos se tituló:
¿Una entrevista? No, gracias (15 de julio de 1981); y el otro, Está bien,
hablemos de literatura (9 de febrero de 1983).
En esos escritos
periodísticos critica a los malos entrevistadores que le planteaban uno tras
otro las mismas preguntas; a los que de puro complacientes se volvían
empalagosos; también a los agresivos que intentaban exasperarle para que
acabase diciendo lo que no piensa. Y a los que destilaban una frase para
llevarla al titular después de convertirla en otra.Detestaba las grabadoras, “un invento luciferino”. Con ellas, señalaba, el periodista no presta atención porque cree que el magnetófono lo oye todo. “Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista”. Años más adelante añadirá: “La grabadora no piensa”. “La grabadora oye pero no escucha”, la grabadora “es fiel pero no tiene corazón”.
En el segundo de los
artículos citados, Gabo elogia a uno de sus entrevistadores: Ron Sheppard, de
la revista Time. El periodista norteamericano, que había leído la obra de
García Márquez y conocía bien la literatura latinoamericana, no utilizó
grabadora, sino que tomaba unas notas muy breves en un cuaderno escolar.
Disfrutó de la conversación, creó un clima en el que podría extraer de García
Márquez lo mejor de él, para ofrecérselo con claridad a sus lectores.
Pero el premio Nobel
colombiano no se limitó a asistir impávido ante los problemas de su oficio.
Creó en 1994 la Fundación Nuevo Periodismo, dedicada a mejorar la formación de
periodistas iberoamericanos, y se involucró en algunos de sus talleres.
Detestaba las grabadoras,
“un invento luciferino”. Con ellas, señalaba, el periodista no presta atención
porque cree que el magnetófono lo oye todo
Corría diciembre de 1998
cuando 10 periodistas de América Latina asistían en Cartagena de Indias a un
taller de edición para analizar textos escogidos al azar y publicados en sus
diarios de procedencia. Gabo, que entonces tenía 72 años, se aplica allí a
corregir y mejorar frases, con la atención de todos: "El del editor es el
trabajo más importante", explica a los talleristas. Quienes se encargan de
la supervisión profesional de los textos "son la cara del periódico. Lo
que hacen los editores es más importante incluso que el papel del director.
Ellos consiguen la calidad del diario".
Y se topa con este
titular: La facturación, salvación de los hospitales. “Vaya cacofonía",
exclama. Y resalta luego un ha sin hache, y un porque en vez de un por qué, y
un dónde mal acentuado... Y continúa: "Posicionarse... qué palabra... sólo
de fea debería prohibirse"; "realizar, realizar... yo creo que jamás
he escrito la palabra realizar"; "qué pobres los adverbios terminados
en mente; yo ya no los uso, porque siempre la palabra que los sustituye es
mucho mejor"; "miren este título de El Universal: "Fumar da a la
leche el sabor del tabaco"... sólo podemos entender qué quiere decir
cuando descubrimos en el texto que se trata de la leche materna".
Y después se le caen de
los labios sentencias como doblones de oro: "Una cosa es una historia
larga, y otra una historia alargada"; "el final de un reportaje hay
que escribirlo cuando vas por la mitad"; "el lector recuerda más cómo
termina un artículo que cómo empieza", "cuando uno se aburre
escribiendo, el lector se aburre leyendo"; "no debemos obligar al
lector a leer una frase de nuevo"...
Un reportaje de los
revisados durante el taller contiene esta frase: "Pronto, entablaron
amistad". La coma después de “pronto” parece innecesaria, dice un alumno.
García Márquez lo resuelve de un plumazo: "Quedaría mejor ‘entablaron
pronta amistad".
El premio Nobel colombiano
no se limitó a asistir impávido ante los problemas de su oficio. Creó en 1994
la Fundación Nuevo Periodismo, dedicada a mejorar la formación de periodistas
iberoamericanos, y se involucró en algunos de sus talleres
Ya entonces defendía el
periodismo más allá de la noticia: el periodismo de la crónica o el reportaje.
La gente, antes como hoy, conoce las noticias de inmediato por la radio o la
televisión (ahora se sumó Internet), pero buscará luego en el papel su
verdadero significado: “El primero que ve un accidente es el primero que va
luego a comprar el periódico para ver qué dice".
Para Gabo, en ese relato
de los hechos ha de primar el orden, la jerarquía: la precisión. Lo relata Pedro
Sorela en su libro El otro García Márquez: los años difíciles: Cuando hace el
Balance y reconstrucción de la catástrofe de Antioquia, García Márquez dibuja
detalles que solo ha podido captar una atención despierta: “En ocho horas de
heroicos esfuerzos, no se había logrado rescatar ni siquiera el par de zapatos
nuevos que Jorge Alirio Caro recibió dos meses antes como regalo de cumpleaños,
y que la mañana anterior había dejado junto a la cama, cuando regresó de la
iglesia”.
Lo recogía también Jan
Martínez Ahrens (EL PAÍS, 10 de septiembre de 1995) en un reportaje sobre una
de las clases de García Márquez impartidas en la Escuela de Periodismo de este
periódico:
“Un vaso de veneno no mata
a nadie. O por lo menos eso ocurre en la escritura de Gabriel García Márquez,
donde, como él mismo recuerda, se muere con mucho mayor detalle, por ejemplo,
con un vaso de cianuro con olor a almendras amargas: ‘El reportaje necesita un
narrador esclavizado a la realidad. Y ahí entra la ética. En el oficio de
reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de
forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es
verdad. Quien cede a la tentación y miente, aunque sea sobre el color de los
ojos, pierde”.
Cada vez que García
Márquez hablaba como un periodista, pensaba en la pulcritud y en la ética. (Fuente www.elpais.es).